Ya iba tocando un libro de amoríos como quien dice.
El libro en general ha sido normalito, lo cual con la fama de la Jane Austen es un poco decepcionante, me esperaba algo más dada la reputación que tiene, en cualquier caso una lectura amena mostrándonos el día a día de la sociedad inglesa de aquellos tiempos.
En cuanto a los personajes, que decir, Elinor es la mejor en lo que hace sea en su saber estar o sea metiéndole algo de sentido a la sensible de su hermana.
-¡Vaya cosas hay que oír! -exclamó Marianne-. ¿Qué tienen que ver la grandeza o la riqueza con la felicidad?
+La grandeza, poco -dijo Elinor-; pero la riqueza , mucho.
-Elinor, ¡que vergüenza! -dijo Marianne-; el dinero sólo puede dar la felicidad allí donde no hay otra cosa que la dé. Además de ciertos recursos, no puede aportar ninguna satisfacción real, en lo que concierne a lo más íntimo de uno mismo.
+Quizá -dijo Elinor, sonriendo- concluyamos en el mismo punto. Tus ciertos recursos y mi riqueza se parecen mucho, diría yo; y sin ellos, tal como va el mundo, estarás de acuerdo en que siempre se echarán de menos muchas comodidades materiales. Tus ideas son sólo más nobles que las mías. Dime, ¿en cuánto cifras tu recursos?
-En unas mil ochocientas o dos mil libras anuales; no más.
Elinor se echó a reír.
+¡Dos mil libras anuales! ¡Mil son mi riqueza! Ya sabía en qué acabaría todo esto.
-Pues dos mil libras anuales son una renta muy moderada -dijo Marianne-. Una familia no puede mantenerse bien con menos. Estoy convencida de no ser extravagante en mis exigencias. Una adecuada dotación de criados, un carruaje, quizá dos, y caballos de caza, no se pueden mantener con menos.
Elinor volvió a sonreír, oyendo a su hermana describir con tanto primor sus futuros gastos en Combe Magna.
Digo <<desveló>> [mi remordimiento], porque el tiempo, Londres, las ocupaciones y las disipaciones lo habían en cierta forma adormecido, y había empezado a convertirme en un tipejo sin alma, a imaginar que ella no me importaba, a querer imaginar también que yo le importaba a ella cada vez menos. Me estaba acostumbrando a creer que nuestras relaciones había sido un puro esparcimiento, una nadería, y me encogía de hombros para demostrarlo, y acallaba todas las acusaciones, dominaba todos los escrúpulos diciéndome en silencio de vez en cuando: <<Seré feliz el día en que me digan que se ha casado>>. Pero aquella nota me hizo conocer mejor mis sentimientos. Vi que la quería a ella infinitamente más que a cualquier otra mujer, y me di cuenta de que la estaba tratando de un modo vergonzoso.
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